29 nov 2020

25 años cantando bajo la lluvia

(Prefacio a la nueva edición 25º aniversario de La canción de la lluvia, disponible este mes en Gotham Comics de Palma)



Desde que aprendí a leer, he leído cómics. No importaba que fuera Mortadelo, Tintín o Spider-Man, los cómics me han acompañado desde el principio, he crecido con ellos, he aprendido con ellos, y gracias a ellos he hecho grandes amigos. El más antiguo de ellos (40 años y contando) era un tipo que ya era peculiar en su momento, que coleccionaba cómics de superhéroes en enormes pilas en su cuarto. Y no solo leía cómics, los devoraba, los releía una y otra vez, los vivía, y parecía tener un conocimiento enciclopédico de cuantos personajes aparecían en ellos. Supongo que era esperable que termináramos compartiendo la otra afición que nos unía: hacer nuestros propios cómics, con nuestros propios personajes. Y así, los cómics se convirtieron en nuestro medio de escape creativo, con el que creamos mundos e historias que para nosotros eran tan reales como nuestra vida, pero mucho más interesantes. Y luego vinieron los juegos de rol, y los fanzines, y las convenciones, y los clubes de frikis. Y esta es una historia bastante común entre los que hemos crecido entre esa clase de cultura popular. En la mayoría de casos, esta historia termina con la adolescencia, y las historias que creaste de pequeño se convierten en un recuerdo nostálgico y un punto embarazoso. Excepto que, en mi caso, nunca dejé de dibujar. Y tampoco quería que mi amigo dejara de escribir. Ese amigo, por si no lo habéis adivinado, era Jaume Albertí. Y detesta que le llamen friki. Era el año 1992, a punto de entrar en la universidad y hacía mucho tiempo que no hacíamos cómics. Yo seguía dibujando, pero no me había terminado ningún proyecto excepto acumular inicios de números 1 de la misma serie, incapaz de inventar nada mejor. Jaume era el que tenía las ideas. Él era el creador de mundos, capaz de poner orden en el caos, hilar historias sin apenas preparación, sacarse personajes de la manga y que parecieran haber estado siempre ahí. Lo demostraba una y otra vez dirigiendo partidas de juegos de rol, pero aquel era un arte efímero, exclusivo, y al que solo unos pocos privilegiados teníamos ocasión de asistir. Por suerte los astros se pusieron de nuestra parte. Jaume tenía infinidad de notas sobre un mundo de fantasía, y un grupo de personajes en la mejor tradición de aventuras. Ese verano logró sacarse la pereza de encima y pergeñar un texto con letra apretada y lleno de tachaduras digno de haber sido encontrado en un antiguo desván. Me lo entregó como quien liquida una deuda, y dejó en mis manos el resto. Me puse a ello y tres años después estaba terminado. Fin de la historia, fueron felices, y demás. A Jaume le gusta contar que él era demasiado disperso, y su mente andaba siempre buscando un nuevo proyecto, lo que le impedía acometer tareas de largo recorrido. Mientras que yo era el que llevaba los proyectos hasta el final, y que cualquier empresa que él pusiera en mis manos yo tendría la constancia y el empeño de terminarla. Pero no es así como recuerdo yo la historia. Siempre he presumido de que esta Canción de la Lluvia fue el primer cómic que me planteé como un proyecto profesional, pensando tanto en el producto final como en el proceso. Pero la realidad es que no hubo nada profesional ni meticulosamente planeado en la tarea, solo un cúmulo de accidentes más o menos afortunados, y ejecutados con la misma precisión con la que uno pinta una miniatura de Warhammer con un rodillo de pintor. Tardé años en saber cuántas páginas tendría el cómic completo. Jaume nunca hizo la paginación en su manuscrito, y yo nunca me molesté hasta que llevaba más de la mitad. No hice apenas diseños de personajes, tan solo una ilustración de cada uno de los protagonistas (exactamente una) antes de empezar la primera página, basado en unas vagas indicaciones del guionista. Apenas dominaba la plumilla y tuve que repetir viñetas y hasta páginas enteras. Mi dominio de la anatomía humana era (claramente) limitado, y tuve que ilustrar una escena de sexo sin tener ninguna referencia, visual ni de ningún otro tipo. La Canción de la Lluvia es una obra hecha desde la inexperiencia, pero disfrutando cada momento. Muchas cosas que hice en este cómic las hice por primera vez, con una inocencia encomiable. Me metí a ilustrar aquel cómic que terminó ocupando 64 páginas y casi tres años de mi vida, sin saber realmente lo que estaba haciendo. Y eso es lo que realmente lo hizo posible. Terminé este cómic en el verano de 1995 durante mis semanas de vacaciones de la universidad, dibujando a diario como una jornada de trabajo. Y cuando finalmente tuve la obra terminada en mis manos, en gloriosas fotocopias encuadernadas de forma casera y sin portada (porque en aquel momento aún no existía) algo hizo clic en mi interior. La comprensión de que no solo había terminado un cómic que podría compartir más allá de mi círculo íntimo, sino que no sería el último. Tenía en mis manos la evidencia de que había superado el rito de iniciación de todo artista, la prueba de constancia que supone vencer la resistencia, y llegar al final. Supongo que no es casualidad que mi siguiente proyecto de largo alcance, una novela gráfica que había empezado a concebir mientras terminaba este, tardaría otros 20 años en completarse, y que poco después empezaría otro proyecto, la serie Huérfanos, que empezó en 2001 y aún hoy sigue lentamente adelante. Y cuando escribo esto mismo tengo otro proyecto en marcha, más ambicioso incluso que los anteriores, y que también me llevará un tiempo considerable terminar. Y no tengo ninguna duda de que tarde o temprano lo conseguiré. Eso es algo que ya aprendí a hacer hace 25 años cuando terminamos La Canción de la Lluvia. Y ahora, sé lo que estoy haciendo, y, sobre todo, por qué. Que es la pregunta que me han estado haciendo durante todo este tiempo. Todos estos años durante los cuales mi vida ha cambiado completamente, trabajando en una profesión sin ninguna relación con ellos, dibujar cómics han seguido siendo parte de mi vida. Y no importa cuántas veces los haya dejado aparcados para atender otras necesidades, siempre he vuelto a ellos. Consumiendo incontables horas de mi tiempo libre, sin apenas público, y sin ganar ningún dinero con ellos. ¿Para qué, entonces? Porque al contrario que el resto de mis esfuerzos profesionales, mis cómics han sobrevivido al paso del tiempo. Después de 23 años trabajando profesionalmente como desarrollador de software, no tengo nada que mostrar de ello. Ni una sola línea de código se mantiene en uso, ni un solo proyecto en producción. De todo ese tiempo no queda ningún rastro una vez terminado su ciclo de vida, o el proyecto ha sido cancelado por no ser considerado viable. Todo ese esfuerzo, esfumado como lágrimas en la lluvia, si me permitís la licencia. Pero desde que terminé La Canción de la Lluvia, nunca he cancelado ningún proyecto de cómic, todos han llegado a su fin o están en proceso de hacerlo, y puedo seguir compartiéndolos con nuevos lectores de aquí hasta el final del arco iris, donde encontré una marmita llena de historias que nunca terminan. Seguidme, conozco el camino (gracias Jaume por mostrármelo).